Cada día entra a Sig Armolite. El ambiente es vaporoso,
azulado, como en su fiesta de quince años. Pero el ruido y el olor la traen a
la realidad. Con los meses ha aprendido a reprimir el vómito de su estómago
rebelde que se niega a entrar de nuevo al galerón. Extraña su viejo trabajo en Carl Zeiss Vission. Allí tenía amigas y la
respetan. Incluso se volvió jefa de línea. Claro, para lograrlo se tuvo que
pegar una friega. Sus dedos se descarapelaron con ácidos y vinagre. La cara se
le llenó de manchas. “¿Qué me pasa?” preguntó al doctor de la empresa. “Estás
poniéndote vieja” le dijo mitad en broma y mitad en “ya no chingues y regrésate
a trabajar.” Regresó pensando que al menos no le dio la mioía, como a su amiga.
Miopía
Duró años dándole al horno donde se “cocinaban” las
lentes. La empresa, llamada por entonces Sola Óptica, presumía estar a la
vanguardia. Dizque se inventó la lente
pláticas que remplazó el vidrio frágil y pesado que se rompía cada vez que el
usuario descuidado dejaba caer sus gafas. “Es irónico,” pensó. Las lentes que
salvan la vista de tantos arruinan la nuestra. Cada día hay que revisar miles
de lentes. Tienen que estar impecables y libres de defectos. Hay que mirar
fijamente cada una frente a una lente de aumento y contra una lámpara
fluorescente. Después de dos horas te lloran los ojos, pero ni modo, hay que
seguirle. Quizás la empresa nos dé descuento en gafas especiales para la vista
cansada.
Un buen día la despidieron de la maquiladora Sola, que hoy
es parte de la multinacional Carl Zeiss Vission. Su amigo le dijo que de bruta
platicó al ingeniero que se había ido a Chiapas a “un encuentro.” Quizás se
asustó o pensó que se estaba volviendo zapatista. Como sea, el hecho es que la
despidieron. Le dolió pero no se dejó. Tras mucho pelear les ganó una
indemnización más o menos decente, en comparación con las migajas que suelen
dar en estos casos. Pero tuvo que buscar otra chamba y así fue a dar a otra
planta de Tijuana que también fabrica lentes. Entró al rincón de los vapores.
Vapores
La verdad se veía cansado cuando llegó a Tijuana.
Se estaba quedando dormido en las reuniones. Era el año 2006 y el Subcomandante
Marcos llevaba meses asistiendo a juntas diarias para escuchar quejas y
lamentos gritados desde todos los rincones de México. Decía que se había
impuesto esta manda para construir “la otra” organización desde la izquierda,
desde abajo, y, principalmente, desde el corazón. Súbitamente se despertó
cuando escuchó a la mujer decir: “Era buena trabajadora pero se murió. Los
pulmones se le secaron.” ¿Cómo que se secaron? ¿Dónde trabajaba? Resulta que
era operadora de Sig Armolite y producía lentes oftálmicos.
En esa fábrica no había horno sino un moderno sistema que
“cocía” las lentes en frío con rayos ultravioletas. Las radiaciones producían
un humo azul apestoso y cocían los pulmones de las operadoras. Al menos sabemos
que una que se murió y otra por poco se nos iba. Los gerentes saben lo que allí
se cocina. Quizás por eso pagan un 10% más que en otras maquiladoras. Y los
inspectores de la Secretaría de Trabajo también saben el secreto a voces. Por
eso cuando van a “supervisar” la seguridad e higiene nomas se asoman a la
puerta, hacen el papeleo, recolectan las firmas y desaparecen. Es curioso.
Cuando buscas trabajo, antes de darte la solicitud te dan una vuelta por la
planta. Si vomitas te fregaste: no sirves para trabajar aquí. El vapor impregna
la ropa y así te la llevas a casa. Quizás eso le pasó al niño de 11 años que
también se le secaron los pulmones. Su mamá, que trabajaba en Sig Armolite, no
tuvo la precaución de cambiarse de ropa y bañarse antes de abrazarlo. Dicen que
fue un abrazo de la muerte. Pero unas opinan que lo peor de Sig Armolite es la
administración.
Cabrones
No se sabe si le baja los calzones pero el jefe se
esconde con ella detrás de los tambos. Con el mayor descaro gritan y ríen
mientras las demás tenemos que hacer el trabajo de “la favorita.” El cabrón
siente que estamos para servirle, que puede escoger a la “más bonita.” A cambio
de su cuerpo le ofrece permisos y promociones. Y pobre de la que no acepte…
Un día el cabrón supo que dejaron una toalla sanitaria en el
piso del baño. ¡Qué escándalo se armó! De por sí hablan a gritos y de
“pendejas” no te bajan. Nos reunieron para decirnos “viejas cochinas” y
humillarnos todo lo que pudieron. El cabrón ordenó una revisión “sanitaria.”
Tuvimos que bajarnos los calzones frente a una guardia mujer para checar quién
era la “cochina” que estaba en su periodo y por tanto había dejado la toalla
sanitaria en el piso. No la descubrieron.
Como era de esperar, muchas estaban menstruando.
Ya no la aburro con mis cuentos. Nomás es para que sepa cómo
y dónde se hacen los lentes que probablemente está usando para leer esta
historia verdadera.
No comments:
Post a Comment